En el centro de La Habana, sobre una azotea, tres jóvenes amigos se reúnen día a día para contarse historias y sueños, tratando de que el tiempo pase sin notarse.
En la jerga habanera, el techo puede tener connotaciones negativas. “Salir por el techo” se dice cuando algo ha salido mal, y suele ser aplicado a quien divaga, o es un inútil sin los pies en la tierra.
El debut de la directora Patricia Ramos fue filmado con recursos mínimos, principalmente en las azoteas de La Habana y con un trío de actores casi adolescentes, con experiencia prácticamente nula. En un tono que escapa al melodrama, a la acción física y a los grandes acontecimientos, con escasos interiores y mucha luz natural, el enfoque mínimo y naturalista da voz a los tres amigos, quienes dan cuenta de sus crecimientos y aspiraciones, así como de un enamoramiento complicado, de la idea de la emigración y la búsqueda de parientes en el extranjero, entre otras cosas. Día tras día comparten su aburrimiento y el improbable sueño de ser ricos, y con esa idea fija es que se aventuran en una serie de empresas ilícitas y desproporcionadas, que terminan por cambiarle la vida a ellos y al barrio. Despegados del piso, allá arriba, cada uno con sus particularidades y sus diferencias, podrían estar definiendo mucho más que su propio futuro.