"Wilcox" se configura como un tributo a todos esos espíritus libres que decidieron apartarse de la sociedad para vivir en soledad, con la naturaleza como trasfondo único.
Wilcox es de esos seres que viven fuera de la norma. Recorriendo caminos desiertos y campos sin nombre, se pone en marcha para crear su propia mitología. Desertor, delincuente o sobreviviente, el aventurero deambula silenciosamente en busca de algo; en busca de una piedra de toque de algún tipo; en busca de lo que podría describirse más simplemente como libertad.
Luego de ganar el premio de la crítica al mejor largometraje de la competencia internacional de este festival con "Repertorio de ciudades perdidas", el quebequés Denis Côté vuelve con un film silente de enfoque marcadamente minimalista. Construido como un documental observacional —falso documental, en todo caso, puesto que el protagonista está interpretado por el actor Guillaume Tremblay—, "Wilcox" se configura como un tributo a todos esos espíritus libres que decidieron apartarse de la sociedad para vivir en soledad, con la naturaleza como trasfondo único. Ante la ausencia de otro hilo argumental que no sea el de acompañar a este singular ermitaño en su periplo, el espectador se ve impelido a reflexionar sobre el contexto de ese hombre, del que no se sabe nada más que lo que se ve. Todo ello en un escenario natural lleno de luz y con una lente a menudo desenfocada que proporciona a la película una extraña sensación de ensueño y cierto efecto de distanciamiento, obligando al espectador a proyectarse en la historia en lugar de dejarse llevar por ella.