Regresando a sus raíces, Ana Domínguez se adentra en un viaje que va de lo personal a lo ancestral a través de los ciclos de la vida y de las estaciones; los viñedos, la vendimia y el vino.
Regresando a sus raíces, Ana Domínguez se adentra en un viaje que va de lo personal a lo ancestral a través de los ciclos de la vida y de las estaciones; los viñedos, la vendimia y el vino. Los ritos, los ritmos de la naturaleza y las tradiciones en peligro de extinción, a través de los paisajes y de quienes los habitan, dibujan esta mirada en la que etnografía y emoción se funden en una revelación de las corrientes paganas y míticas de las bacanales que son las fiestas populares, explosiones de fertilidad y de vida.
Ana Domínguez plantea su ópera prima como una reivindicación del vínculo humano con la naturaleza: «Las vendimias de la niñez y adolescencia —dice—, se han convertido en algo muy especial para mí, este sentimiento me descubre el fuerte vínculo que tengo con el entorno natural que me rodeó en mis primeros pasos por el mundo. La incursión en el universo adulto, el trabajo comunitario que se transforma en fiesta. Durante la vendimia, existe en el ambiente una sensación de júbilo general, es la celebración de la vida». Para generar esta bella alegoría narrativa que recrea no solo el paso del tiempo, sino también los sentimientos y emociones, la directora recurre al uso de diferentes formatos y texturas en la filmación. Este juego de contraposiciones le permite jugar con la articulación espacio-temporal, al tiempo que proporciona un carácter onírico al film que trasciende lo meramente documental para materializarse en una hermosa y emotiva poética experimental.