Nana tiene 4 años y vive con su madre en una casa en el bosque. Una tarde, cuando vuelve del colegio, descubre que su madre no está y todo es silencio. Nana comenzará a arreglárselas por sí misma, usando su precoz libertad para adueñarse del mundo.
Nana (Kelyna Lecomte) tiene cuatro años, un rostro y unos gestos deliciosos y vive en una pequeña cabaña de piedra en la granja donde su abuelo cría chancos (la película no nos ahorra, desde un comienzo, la agonía porcina a manos del hombre). Tras regresar de la escuela, cuando la noche ya empieza a gobernar, la niña encuentra la casa sola y se interna en el bosque en lo que puede definirse como un gran relato de iniciación. Primera película de Valérie Massadian, ha sido aclamada como una de las grandes operas primas de 2011. Una exploración delicada y minimalista sobre la infancia y su carácter esquivo. La niñez, cuando se vuelve ingobernable –y en no pocas ocasiones tristemente desconcertante, y en este caso especialmente para su madre–. El bosque (la naturaleza) es personaje fundamental en esta película que susurra violencias y misterios desde una mirada que prefiere lo sensitivo y emocional sobre lo intelectual y razonadamente enfático. Las características de la niña protagonista, su naturalidad o indiferencia frente a la cámara, son co-responsables de que este filme tenso e íntimo, que no quiere encasillarse ni en la ficción ni el documental, sea tan bueno y posible.