Retrato de la vida cotidiana de Marina, Sofia y Violeta, tres hermanas de Buenos Aires que viven en casa de su abuela, la mujer que las crió, después de que ésta haya fallecido.
Según el exdirector artístico de BAFICI Marcelo Panozzo, Milagros Mumenthaler dice que lo íntimo es nuestra única certeza. Lo dice explicando las motivaciones que la llevaron a su debut en largo, “Abrir puertas y ventanas”, pero además eso es lo que filma: huecos y distancias y silencios que responden a una motivación que sólo puede ser íntima. La tentación de contraponer esta versión del cine y de la vida con casi todo lo que la rodea es enorme, pero Abrir puertas y ventanas no lo merece ni lo necesita, porque pasa por la vida del espectador como la revelación de, sí, una intimidad: ese momento en el que alguien te cuenta algo y te deja temblando. La película nos cuenta una pérdida dentro de otra dentro de otra. Marina (21), Sofía (20) y Violeta (18) son hermanas y viven en una casona en la que falta algo: Alicia, la abuela que murió hace poco y que seguramente dedicó buena parte de su vida a tapar otros huecos, a disimular otras ausencias. La pérdida y sus resonancias son los motores que mueven a las hermanas en direcciones que son distintas y son la misma: futuros de un pasado imperfecto.